viernes, 30 de noviembre de 2007

Reflexiones económico-ecológicas

El Universal
viernes 30 de noviembre del 2007
A pesar del desarrollo alcanzado en las sofisticadas tecnologías que nos rodean en el mundo moderno, y las complejas economías que se han generado, seguimos necesitando comer, beber y respirar aire limpio y, consecuentemente, dependemos de los recursos naturales que nos proveen agua, alimento y un clima adecuado para cubrir esas necesidades. Este es un pensamiento que induce a la prudencia.
No menciono algo que la mayor parte de la gente no comprenda como un elemento de sentido común. Pero el hecho es que ni los medios ni las discusiones académicas o políticas reflexionan sobre este punto; al contrario, con frecuencia vemos comentarios negativos sobre quienes expresan su preocupación respecto al deterioro ambiental, y hay una pertinaz idea de que desarrollo y cuidado del ambiente son incompatibles y que las medidas de protección ambiental generalmente afectan de manera negativa al PIB de un país o una región.
Esto es un error costosísimo, incluso si no se toman en cuenta una serie de externalidades en los procesos de producción. Por ejemplo, la industria petrolera estadounidense se opuso por muchos años a producir gasolina sin plomo porque esto incrementaría el costo del energético y afectaría negativamente el PIB de ese país. Gran equívoco. Hoy la gasolina (sin plomo) en EU es más barata (corregida por inflación) que en los 70 y el hacho no tuvo efecto alguno sobre el PIB nacional; y esto es sin tomar en cuenta los costos económicos y humanos de los daños neurológicos por altos niveles de plomo en la sangre de los niños.
El sistema económico y el sistema biofísico y ecológico del planeta están indisolublemente ligados. La premisa de la “nueva economía”, que incluye consideraciones de las externalidades de la producción y el deterioro del capital natural —en contraste con la economía neoclásica—, es que el sistema económico se desmoronará si el sistema ecológico se colapsa.
Un argumento frecuente de quienes reconocen que la forma como se ha desarrollado la economía mundial ha generado consecuencias ecológicas serias, pero se resisten a tomar medidas adecuadas para resolverlas, es que habrá soluciones tecnológicas para cualquier contingencia ambiental futura.
Esto es lo que E. Davidson, ecólogo del Woods Hole Research Center, denomina como el “síndrome del general Custer” y que consistió en la ilusoria espera del militar en su batalla en el río Little Bighorn de que la caballería arribaría justo en el momento preciso para salvarlo, a pesar de sus numerosos errores tácticos y los problemas que enfrentaba en forma creciente en su pelea contra los arapaho, cheyenne y sioux comandados por Sitting Bull y Crazy Horse. El resto de la historia la conocemos.
La gama de tecnologías esperadas por los adictos al síndrome Custer es enorme; desde cuestiones creíbles pero limitadas en su efectividad, hasta elementos que pertenecen a una película de ciencia ficción. Todas comparten el propósito de reemplazar algo que funciona muy bien y que ha sido diseñado por centenares de millones de años de selección natural. Sería suficiente con simplemente mantener los bosques en su lugar, usándolos desde luego si es necesario, e impedir los cambios rápidos del clima con medidas que no requieren de sofisticadas tecnologías.
Pretender que lo que estos elementos naturales (ecosistemas naturales, aire limpio, atmósfera equilibrada) nos proveen diariamente (agua, alimentos, climas estables) puede ser sustituido con “tecnologías nuevas” es, por decir lo menos, aceptar riesgos gigantescos, además de innecesario y escandalosamente imprudente.
Los avances tecnológicos tendrán que incidir en la actividad del hombre, induciéndolo a incluir elementos de ética del comportamiento individual y colectivo. Me refiero a las relaciones del hombre con los ambientes en y de los que vive.
Mientras la humanidad dependa de captar, por medio de la fotosíntesis, energía solar en este planeta para obtener todos sus alimentos y una gran proporción de sus requerimientos de energía, fibras y otros satisfactores, tendrá que apegarse a una ética que rija la forma en que se relaciona con su medio ambiente y usa los recursos naturales a su disposición.
Investigador del Instituto de Ecología de la UNAM

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