jueves, 6 de diciembre de 2007

Tortugas baulas, entre la vida y la muerte

Redacción / El Economista.com.mx

Juves 6 de diciembre del 2007

Es la gigante de los quelonios. Para muchos, un dinosaurio viviente, por sus 65 millones de años en la Tierra, que no impiden que sea también la más amenazada de todas las tortugas marinas, cuya supervivencia, según los expertos, hoy pende de un hilo.


Playa Grande.- Amparadas en la oscuridad de la noche, las enormes tortugas baulas llegan cada año a Playa Grande, en el Pacífico norte costarricense, para depositar en la arena los huevos en los que se encuentra el futuro y la esperanza de su especie.
Es la gigante de los quelonios. Para muchos, un dinosaurio viviente, por sus 65 millones de años en la Tierra, que no impiden que sea también la más amenazada de todas las tortugas marinas, cuya supervivencia, según los expertos, pende de un hilo.
Con hasta tres metros de largo y 300 kilos de peso, es uno de los reptiles más grandes del mundo, tamaño que no la protege de la agresión del hombre, que puede con su caparazón suave.
Playa Grande, en el Parque Nacional Marino las Baulas (PNMB), es el principal sitio de anidación de este quelonio en el Pacífico, donde sus poblaciones han pasado de 91,000 hembras anidadoras en 1982 a menos de 1.000 este año.
Rodney Piedra, biólogo y administrador del PNMB, explicó a Efe que a este ritmo, esta especie podría estar extinta en un plazo máximo de 15 años, y por eso figura entre la lista de animales más amenazados del Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies de Fauna y Flora Salvaje Amenazadas (CITES).
Las baulas llegan cada año entre octubre y marzo a Playa Grande, ubicada unos 300 kilómetros al noreste de San José. Eligen esta playa, entre otros motivos, por su silencio y sobre todo por su oscuridad, elemento indispensable para que puedan orientarse, hacer sus nidos en la arena y regresar al mar.
Llegan de una en una, sin compañía, y ya en la arena eligen un sitio adecuado, hacen su nido, depositan sus huevos y luego emprenden una laboriosa tarea de camuflaje, cavando con sus aletas varios nidos falsos para proteger a sus crías de los depredadores.
Cada tortuga que desova en Playa Grande cuenta con un microchip identificador, de modo que los investigadores las conocen una a una y así pueden determinar el comportamiento creciente o decreciente de la población.
Además, cuentan con un vivero para los huevos depositados en sitios peligrosos y garantizar así su eclosión.
En promedio, cada baula deja 66 huevos en el nido, y de ellos, el 50 por ciento nace con éxito, pero la mayoría de estas nuevas tortugas morirán antes de convertirse en adultas, detalló Piedra.
A pesar de estos esfuerzos, el panorama de la baula es poco alentador. La llegada de hembras a Playa Grande en los últimos años ha ido en picada: la temporada 1988-1989 registró la visita de 1.504 tortugas, y para la temporada 2006-2007 solo anidaron 52.
Este año, destaca Piedra, la situación parece mejorar, pues sólo entre octubre y noviembre ya han hecho su nido 51 baulas.
La lucha de los nueve guardaparques del PNMB es compleja, pues este sitio colinda directamente con dos playas de alto desarrollo turístico, cuyos hoteles, luces y sonidos, alejan a las baulas de la costa.
El mayor riesgo viene de Tamarindo, una de las playas más pobladas del Pacífico costarricense, que en los últimos años ha experimentado un “boom” inmobiliario y hotelero, y cuyas luces son visibles desde el centro del Parque Nacional, donde llegan las tortugas.
Además, existe el riesgo de que aguas contaminadas de Tamarindo lleguen a Playa Grande, pero el mayor reto es detener el desarrollo inmobiliario dentro del PNMB, pues actualmente hay varias viviendas en la zona costera y decenas de proyectos para vender lotes frente al mar.
Piedra y diversas organizaciones ecologistas han promovido la expropiación de estos terrenos para asegurar la conservación de al menos 75 metros desde la línea de mar para las tortugas, iniciativa que cuenta con el apoyo del Gobierno, aunque el proceso es lento y, hasta ahora, de 304 lotes, solo uno ha pasado a manos del Parque.
Pero Playa Grande es solo un eslabón de la cadena indispensable para salvar este quelonio, pues se trata de una especie altamente migratoria que, aunque desova en Costa Rica, nada para alimentarse y reproducirse a Islas Galápagos (Ecuador) y desde allí se dispersa por todo el Pacífico oriental y sur.
Por eso, las acciones de conservación deben llegar al mar, donde las baulas mueren por la pesca incidental, especialmente de arrastre.
Un punto a favor ha sido la consolidación del corredor biológico Cocos, Malpelo, Galápagos, que integra acciones conservacionistas desde Costa Rica hasta Ecuador, pasando por Panamá y Colombia.
Según Piedra, este es un importante paso, pero aún falta proteger a la baula en la tercera fase de su ciclo de vida, cuando sale de Galápagos y se dispersa por muy diversos lugares, desde aguas chilenas y peruanas, hasta zonas orientales del Pacífico.
Con información de EFE

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